En un país donde la bulla parece haberse convertido en parte de la cultura, tomar medidas para controlar el ruido puede parecer una tarea titánica. Sin embargo, en la República Dominicana ya no podemos seguir ignorando el impacto negativo que tiene la contaminación sonora en la calidad de vida de las personas. Por eso, resulta justo y necesario respaldar parte de las acciones que viene impulsando la Ministra de Interior y Policía, Faride Raful, para ordenar un desorden que por años se ha normalizado.
El uso excesivo de equipos de sonido en las calles, en negocios informales e incluso dentro de las casas con volúmenes que superan por mucho los decibeles permitidos por la ley, se ha convertido en una agresión cotidiana contra quienes desean algo tan básico como descansar.
El problema no es la música, sino la falta de respeto con la que se impone a los demás, sin importar horarios, circunstancias ni entornos.
La ley existe para controlar el ruido, pero su cumplimiento ha sido históricamente débil. Por eso, las acciones recientes deben verse no como una imposición, sino como un paso necesario para garantizar el derecho de todos a vivir en paz. Tal como lo afirma aquella frase de Benito Juárez “El respeto al derecho ajeno es la paz.”
Durante la Semana Santa, quedó más que demostrado lo urgente que es reforzar estas regulaciones. Aunque la Semana Mayor pasó después de una tragedia que conmocionó el país, no es para menos saber que la gente espera dicho tiempo para disfrutar y vacacionar. En muchas comunidades, el uso descontrolado de bocinas, cajones de sonido y fiestas improvisadas perturba la tranquilidad de barrios enteros, afectando niños, ancianos, enfermos y ciudadanos que simplemente quieren descansar. ¿Es justo que una sola persona imponga su ruido a toda una comunidad? Claramente no.
La gestión de Faride Raful ha sido clara en su intención de enfrentar este problema del ruido con responsabilidad. No creó que sea un capricho ni un acto de represión: es una política de orden, respeto y hasta de salud pública. Y quienes valoramos una convivencia basada en el respeto, debemos respaldarla.
El ruido desmedido no es alegría, es desorden. No es cultura, es falta de empatía. La diversión no puede construirse sobre el malestar ajeno. Es tiempo de que como sociedad asumamos que vivir en comunidad implica límites. Y uno de esos límites empieza por algo tan sencillo y tan poderoso como bajar y controlar el volumen.
No es un tema de prohibir la importancia de bocinas y equipos, en otros países tienen acceso a esto y respetan el derecho de los demás evitando el ruido.