Por: Tomás Hernández Alberto,

La República Dominicana ha dado un paso contundente en la escena internacional con una jugada diplomática que quedará registrada en la historia de nuestra política exterior. La carta enviada recientemente por el presidente Luis Abinader, firmada junto a los expresidentes dominicanos, ha puesto en marcha una presión coordinada y sin precedentes para que la comunidad internacional actúe frente al colapso total del Estado haitiano.

 

Este acto no es simplemente una carta. Es una manifestación de unidad nacional, una declaración de soberanía y una exigencia legítima de justicia geopolítica. Por primera vez en muchos años, el liderazgo político dominicano deja de lado las diferencias internas para hablar con una sola voz en defensa del país y en demanda de una solución real para Haití, que ya ha desbordado todos los límites de una crisis humanitaria.

 

El efecto ha sido inmediato. En la OEA, vimos al subsecretario de Estado de los Estados Unidos elevar el tono, incluso llegando a advertir sobre el posible retiro de su país del organismo si no se aborda con seriedad la situación haitiana. Estas declaraciones no surgen al azar: son producto de la presión generada por el pronunciamiento dominicano, respaldado por figuras de peso político e histórico de la nación.

 

Al mismo tiempo, la ONU se prepara para una reunión clave del Consejo de Seguridad en los próximos días. El tema Haití ha vuelto al centro del debate internacional, no por caridad, sino por urgencia. Y esto se debe en gran parte a la firmeza con que el presidente Abinader ha empujado este tema, demostrando que la República Dominicana no será indiferente ni silenciada ante una amenaza directa a su estabilidad y seguridad.

 

El presidente Luis Abinader ha sido, sin duda, el jefe de Estado que más carácter ha mostrado frente al drama haitiano. A diferencia de sus antecesores, no ha optado por el silencio cómodo ni por la diplomacia tibia. Ha sido claro, directo y estratégico. Y ahora, al sumar a los expresidentes al frente común, demuestra que su liderazgo está basado en la responsabilidad, no en la confrontación.

 

La carta enviada al mundo es también un mensaje interno: los dominicanos están más unidos que nunca en la defensa de su soberanía. En una época marcada por la polarización, este gesto de consenso entre líderes pasados y actuales manda una señal poderosa: cuando la patria está en juego, debe prevalecer el interés nacional.

 

Es una jugada maestra desde el punto de vista político y diplomático. El presidente no solo asume el rol de estadista, sino que coloca a la República Dominicana en un lugar de referencia regional. No es un simple espectador de la crisis haitiana, sino un actor activo que propone, presiona y lidera el llamado a la acción.

 

Este acontecimiento tendrá efectos a largo plazo. En el plano nacional, refuerza la imagen del presidente como un líder con visión de Estado. En el plano internacional, posiciona al país como un referente de diplomacia firme y coherente. No se trata de rechazar a Haití, sino de decir con claridad que su reconstrucción no puede ni debe ser responsabilidad exclusiva de los dominicanos.

 

Estamos ante un momento histórico que marcará la narrativa diplomática del país por años. La carta firmada por Abinader y los expresidentes no es solo un documento: es un símbolo de unidad, liderazgo y determinación ante un problema que el mundo ha querido ignorar por demasiado tiempo.

 

En conclusión, la acción tomada por el presidente Abinader es un triunfo diplomático y político que eleva el prestigio de la República Dominicana. Queda demostrado que, cuando se actúa con visión, firmeza y unidad, hasta las grandes potencias escuchan. Y hoy, más que nunca, Haití necesita que el mundo escuche, y que actúe.

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